Wednesday, February 12, 2025

Salvados por una pelea de amantes

Salvados por una pelea de amantes


Hace algunos años mi esposa, Juanita, y yo pasamos dos semanas en la Toscana. Estábamos de vacaciones con una pareja, Doug y Paula, muy buenos amigos con quienes siempre bromeábamos y reíamos. Juanita nos había alquilado una casa agradable en un paisaje de viñedos rodeados de colinas onduladas. Usamos la casa como una base de operaciones, saliendo diario en una dirección o la otra para disfrutar las bellas vistas, las ciudades históricas como Pisa y Florencia, y los hermosos pueblos en la cima de las colinas, muchos de los cuales todavía estaban rodeados por sus murallas medievales.

Nuestro amigo Doug, aunque todavía joven y con buena salud, necesitaba usar una silla de ruedas. No pudo caminar como consecuencia de una enfermedad en su juventud y el tratamiento de la misma. Por eso, habíamos rentado una camioneta, con espacio para nuestro equipaje y la silla de ruedas detrás de los asientos. Fue cómoda y útil, pero, por su tamaño, necesitábamos manejar con mucho cuidado por los muchos caminos estrechos, especialmente en los pueblitos.

Un día decidimos explorar Cortona, un pueblo amurallado en la cima de una colina grande en el norte de la Toscana. Como de costumbre, yo estaba manejando la camioneta. Llegamos al pueblo sin problema, entramos por la puerta principal, y, siempre subiendo, llegamos a la plaza central. Una ventaja de viajar con Doug fue que, con su cartel para discapacitados, pudimos estacionarnos en cualquier lugar. Entonces, nos estacionamos en el mero centro del pueblo, y salimos a explorar el lugar.

Tuvimos un día excepcional, caminando (y rodando) a través los sinuosos caminos empedrados, disfrutando la iglesia antigua, aprovechando el museo de los etruscos, yendo de compras en boutiques encantadoras, y charlando con la gente amigable lo mejor que pudimos manejar con nuestro poco italiano. Descubrimos un restaurante acogedor y disfrutamos una sabrosísima comida italiana, acompañada, por supuesto, con unas copas del rico vino tinto de la región.

Tristamente, llegó la hora para regresar a la casa. Subimos al coche y comenzamos el proceso de salir del pueblo. Digo “proceso” porque no tuvimos un mapa del pueblo (y fue años antes de la llegada de Google Maps). Por los caminos estrechos y con muchas vueltas no fue algo sencillo. Pero no tuvimos miedo; supimos por nuestra experiencia en otros pueblos italianos, que nada más necesitábamos seguir los letreros que dicen “Tutti Direzione” -- “todas las direcciones” en español – los cuales siempre nos dirigirían a la salida del pueblo y hacia una carretera principal.

Después de muchas vueltas llegamos a otro antiguo portal que pasó por la muralla tan ancha del pueblo. Fue mucho más estrecho que la puerta de entrada, pero habíamos tenido experiencia con varias entradas y salidas angostas, y supimos perfectamente bien lo que necesitábamos hacer. Doblamos los dos espejos retrovisores y entramos lentamente y cuidadosamente en el portal. Esperábamos poder pasar por la puerta con unos centímetros de espacio libre a cada lado de la camioneta. Pero esta puerta nos dió una sorpresa. Después de unos metros, giró bruscamente hacia la izquierda. Ya tuvimos un problema de navegación. Pensábamos y platicábamos por un rato, y decidimos que yo podía pasar por lo que ya, nos dimos cuenta, fue más un túnel que una puerta, al dirigir un poco a la izquierda, un poco adelante, un poco a la izquierda, un poco más adelante, etc.

Entonces, aguantando la respiración, procedimos poco a poco unos metros más. Pero, la puerta antigua tuvo más una sorpresa para nosotros. De repente sentimos las ruedas delanteras caerse; el camino ha empezado una bajada pronunciada. A este momento nos dimos cuenta que estábamos bien atrapados. Todos los pasajeros empezaron gritar direcciones urgentes y contradictorias. “¡Párate!” grito Juanita. “¡Adelante!” grito Paula. “¡Dale para atrás!” Grito Doug.

Pero no pude cumplir con ninguna de las órdenes. Por la caída de las ruedas de frente, no pudimos ir hacia atrás, y por el ángulo del giro y la pronuciación del descenso, no pudimos avanzar. Con cada segundo que pasababamos parados, me sentía más y más atrapado. Casi podía sentir las piedras antiguas del túnel acercándose a los lados de la camioneta. Tuve una visión de pesadilla que, si paramos, sería necesario deshacer toda la antigua puerta para rescatarnos.

Pero, como conductor, me tocó a mí hacer algo. Entonces, después de unos momentos de indecisíón, decidí que nuestra unica esperanza sería arrazar la camioneta hacia adelante, pasara lo que pasara. Pisé al fondo el acelerador, y traté de conducir el vehículo por la curva y bajo la pendiente con daños mínimos. Nos tambaleamos adelante, la camioneta se estremecía con cada metro que ganabamos, acompañado con ruidos de rechinidos horribles mientras avanzábamos contra mucha resistencia.

De repente escapamos del túnel como un corcho disparado de una botella de champán. En cuanto pudimos, paramos para evaluar los daños. Fueron malos. Los dos lados de la camioneta estaban marcados por arañazos profundos. Parecía como si un monstruo hubiera agarrado la camioneta y hubiera arrastrado sus garras de la cabeza a los pies. Todo lo que pudimos hacer fue sacudir la cabeza y gemir, pensando que esta desventura nos podría costar un dineral.

Después de unos días llegó el momento de salir de Italia. Condujimos hasta el aeropuerto de Roma, donde tuvimos que devolver la camioneta. Dejamos a Doug y Paula a la entrada del aeropuerto, y, siguiendo a serie de letretros, encontramos el edificio para la devolución de coches de alquiler. Subimos cuatro o cinco pisos por un camino oscuro en espiral/de caracol, y dejamos el vehículo en un lugar designado.

No había nadie para recibirlo, pero buscamos y en una esquina casi escondida vimos la oficina de la compañía de alquiler. Estaba atendida por una señorita sentada detrás de un escritorio, hablando por teléfono de forma muy animada. Ella no nos prestó atención ninguna. Por cortesía esperamos unos minutos, imaginando que terminaría su conversación para atendernos. Pero no; seguía hablando, ya con aún más intensidad.

Por su idioma y lo rápido que hablaba no pudimos entender todo. Pero, se hizo evidente que estaba ella en medio de un argumento serio con su novio. Tuvimos la impresión que él quería romper con ella, pero ella no lo querIa. Ella alternaba entre reprenderlo y suplicarlo.

Por supuesto no queríamos interrumpir esta conversación tan importante, potencialmente cambiando la vida, pero tampoco tuvimos tiempo de esperar la resolución. Entonces, después de un buen rato, Juanita se acercó al escritorio. La señorita miró hacia arriba. Juanita agitó las llaves frente a ella, indicando que estábamos devolviendo un coche. La señorita asintió.

Cuando conseguimos el coche había unas rayas,” dijo Juanita verdaderamente

La señorita asintió con impaciencia

Y ya hay unas más,” agregó Juanita, también verdaderamente.

¡Sí, sí, sí!” dijo la señorita, ahuyentándonos con la mano.

Así que huímos. Nunca supimos cómo termino la pelea entre la señorita y su novio, pero tampoco nunca recibimos ni una palabra de la compañía de alquiler.

Pues, fue asi que estuvimos salvados por un par de amantes desventurados italianos.

Lo sentimos sus corazones posiblemente rotos, pero al mismo momento les decimos, ¡grazie mille!









 

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